Muchas veces me he preguntado por qué tras un viaje a Nepal, sus esencias se quedan impregnadas por todos los rincones de tu alma .Y siempre me vienen a la mente un montón de razones y es difícil discernir entre cual de ellas me quedaría …
Quizás no son razones sino sensaciones, imágenes, olores, sonidos, conversaciones, conexión…

Conexiones que nunca se cortan, porque se hacen con el alma de las cosas puras, auténticas y humildes, como lo son sus Grandes Montañas, sus paisajes y sus gentes. Esas gentes que lo dan todo por darte su sonrisa , su compañía, su sabiduría, sus tradiciones…

Ancestralidad, Humanidad y Coexión entre lo natural, lo humano, lo divino y lo espiritual. Donde la manos se cruzan, las miradas se funden y todo queda en el aire suspendido entre polvo, sol, sangre y vida.
En el silencio de las montañas o en el caos ruidoso de Kathmandu, Nepal siempre sabe a lo mismo, tiene una textura especial que se derrite en tu paladar y que recordarás estés donde estés.

Por eso siempre volvemos allí, porque probamos su sabor, amargo o dulce, pero siempre potente, sin sucedáneos , la vida en toda su pureza. Y es así de sencillo, no hay más, la sonrisa sincera de los niños acompañada de la inocencia y la generosidad de los Sherpas de las montañas, los guardianes de tantos secretos escondidos bajo sus templos y sus nieves y en sus vientos…

Nadie más sabe su secreto, sólo aquellos a los que se les ha dado la oportunidad de adentrarse en el corazón de estos paisajes donde aún el ser humano es pequeño y se enorgullece de ello.
Y quizás si, quizás es por todo esto que Nepal te deja una marca para siempre, para que no olvidemos nunca y recordemos siempre lo que somos…